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Un cincuentón le mete el vicio a la mujer de su hijo

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Sergio, un cincuentón, moreno, de estatura mediana y de muy bien ver, estaba asando sardinas en la parrilla de la chimenea de su galería en la noche de san Juan. Dos de sus hijos sentados a una mesa conversaban animadamente delante de sus vasos de vino tinto, sus esposas preparaban dos ensaladas con lechuga y tomates. En el patio cuatro de sus nietos corrían alrededor de una hoguera y Sabrina, una de sus nueras llevaba en brazos a su hijo de un año, que miraba embobado para el fuego. Dos perros pequeños correteaban detrás de los niños y más de una docena de gatos callejeros miañaba desde el tejado de un cobertizo al llegarle el olor a sardinas asadas.

Sergio, en bermudas y con el pecho peludo al descubierto, le dijo a uno de sus hijos:

-Vete a buscar más vino a la bodega, Julián, que esto ya va a estar.

Sabrina, una belleza sudamericana de 20 años, piel morena, tímida, con el cabello negro azabache largo y rizado, que era más alta que Sergio y que tenía buenas tetas, buen culo y anchas caderas, al oír sus palabras se fue con el niño a la sala de la casa. Poco después, Sergio, entró en casa para coger unas fuentes y vio a Sabrina en un sillón dándole el pecho a David. El niño al sentir sus pasos dejó de mamar y le cayó leche de la boca. Sonrió al ver al abuelo y después siguió mamando. Sabrina, con la teta que estaba chupando en hijo echando leche por los lados, también le sonrió, Sergio, le devolvió la sonrisa, luego se fue a la cocina, cogió dos fuentes y volvió a la chimenea.

Sergio llevaba casi dos años sin mojar la morcilla, desde que su mujer lo dejara para irse con su dentista y aquella visión lo había puesto enfermo. Su verga le latía y soltaba aguadilla. Estaba seguro de que si estuviera en el sitio de su nieto un minuto..., con solo un minuto se correría.

A la una de la madrugada se marcharon sus hijos, nietos y nuera, menos una, Sabrina, ya que David dormía en una de las camas de la casa y por no despertarlo se quedó allí a dormir.

El marido de Sabrina, Julio, hacía seis meses que se fuera a trabajar de fontanero a Madrid, allí lo pillara el estado de alama y allí seguía.

Pero vamos al turrón. Estaba Sergio en la cocina fregando los platos cuando llegó Sabrina a su lado. Traía puesta una bata de casa azul que era de Sergio. La muchacha, que lo trataba de papá, le preguntó:

-¿Lo ayudo, papá?

-No hace falta, los cacharros ya se secan solos.

-Deje que acabe yo de lavarlos.

Sergio se quitó el delantal y se lo dio.

-Todo tuyo.

Sabrina se puso a lavar los cacharros, Sergio se echó un vaso de vino tinto y se sentó en una de las seis sillas que tenía la mesa de la cocina, Sabrina, fregado una fuente, le preguntó:

-¿Echa de menos a Josefa?

-Ya no, y eso que nos conocíamos desde niños, pero aprendí a vivir sin ella. Las historias de amor se acaban.

-Yo de eso no sé muy poco.

Extrañado, le preguntó:

-¡¿No te acostaras con ningún hombre antes de conocer a mi hijo?!

-No, papá

-¿Y con alguna chica?

Si Sergio le pudiera ver la cara a Sabrina vería que se había puesto colorada. Le respondió:

-¡Ay, qué pregunta!

De sus palabras se desprendía que alguna relación lésbica tuviera. Sergio, para que no se sintiera incómoda al hablar de ello, le dijo:

-Yo también chupé alguna polla de joven. Todos tenemos nuestro pasado.

-¡Qué travieso! Yo nunca llegué tan lejos, de tocarnos las tetas y de darnos besos no pasó, y fue solo con una chica, con mi prima Marta.

-¿Os mojabais?

-Eso sí, mojar nos mojábamos mucho.

-Yo también me mojé al ver cómo le dabas la teta a David.

Sabrina había acabado de fregar, se dio la vuelta. Sergio vio lo colorada que estaba cuando le preguntó:

-¡¿De verdad que se mojó?!

-Sí, es porque llevo dos años a pan y agua. ¿Y tú te ruborizas siempre con tanta facilidad?

-Sí, si hablo de sexo, sí. Siento haberlo excitado, no era mi intención

-Lo sé, Sabrina, lo sé.

Sabrina al quitarse el delantal también quitó el cinturón de la bata y se le abrió. No llevaba sujetador ni bragas. Sergio vio sus tremendas tetas con areolas oscuras, sus gordos pezones y su coño peludo. Se levantó de la silla y fue a por su boca. Sabrina le hizo la cobra, lo empujó y le dijo:

-¡No, papá, no!

La boca de Sergio le mamó una teta y se le llenó de leche. Lo volvió a empujar.

-¡¡Déjeme, papá, déjeme

Se agachó y le lamió el coño. Sabrina le tiró de los pelos para separarlo de ella.

-¡¡Pare, papá, pare!!

El niño comenzó a llorar en la habitación. Lo habían despertado. Sergio dejó de lamer. Sabrina se fue corriendo de la cocina. Sergio, le dijo:

-¡Lo siento, Sabrina!

¡Y una mierda lo sentía! Estaba empalmado cómo un toro y si no llega a despertar el niño no la dejaba hasta follarla bien follada.

Sabrina cogió a su hijo y le volvió a dar el pecho. A su cabeza vino la lengua del suegro en su coño y no pudo evitar mojarse.

Sergio fue a la habitación y vio a Sabrina dándole la teta al niño. Estaba sentada en el borde de la cama. La bata le caía por los lados y podía ver sus robustas piernas. Le dijo:

-No sé qué me pasó. Fue un pronto. ¿Me perdonas?

Sabrina miró para la entrepierna de Sergio y vio el bulto que hacía su verga.

-Sí, pero váyase, váyase de mi habitación.

Sergio se fue, Sabrina lo sintió entrar en la habitación de al lado. Al acabar de darle el pecho al niño ya este se había vuelto a dormir. Lo cambió y después lo tapó con una sábana, lo dejó sobre la cama y fue a la habitación de Sergio. La puerta estaba entreabierta, llamó, y Sergio, le dijo:

-Pasa, Sabrina.

Abrió la puerta, vio que estaba tapado con una sábana y no vio ningún bulto sospechoso en ella.

-No voy a pasar. Solo le quería hacer una pregunta. ¿Por qué yo? ¿Es por qué soy extranjera?

-Es porque te deseo desde el primer momento que te vi.

-Soy la esposa de su hijo, la madre de su nieto. Debía guardarme un respeto.

-El deseo no entiende de relaciones familiares.

Sabrina se sentía halagada y quiso más halagos, por eso le preguntó:

-¡¿Tanto me desea?!

Sergio se quitó la sábana de encima y Sabrina vio que estaba aplastando la polla con una mano. Al quitarla se le puso firmes.

-Mira cuanto te deseo.

Sabrina no pudo evitar que se le dibujase una sonrisa en sus sensuales labios. Tapó la boca con una mano, y después le dijo:

-¡Jesús! La tiene enorme.

Sergio cogió la verga y su mano comenzó a subir y a bajar por ella.

-Por favor, quédate ahí, deja que me corra imaginando que el agujero que hacen mis manos es tu coño.

Sabrina, en el umbral de la puerta y con la cara roja cómo un tomate maduro, le dijo:

-¡¿Se ha vuelto loco?!

-Sí, Sabrina, tú haces que me vuelva loco.

Sabrina veía aparecer y desaparecer el cabezón de la verga bajo la piel y sintió cómo su coño y su ojete se le abrían y se le cerraban. Le dijo:

-Me sentiría cómo una puta viendo cómo se masturba.

-No te sientas puta, sé puta por una hora o dos.

-¡¿Qué?! ¡¿Usted sabe lo que ha dicho?!

-Sí, rompe moldes y déjate llevar. Aparta la bata para un lado y enséñame el coño. Sé puta, Sabrina, sé puta

-No sé qué diablos me está pasando.

-¿Estás cachonda?

Sabrina ya se dejó ir.

-Mucho.

Siguió excitándola.

-Se puta, hostias, se puta. Enséñame el coño.

Sabrina veía la verga tiesa y la mano subiendo y bajando y ganas le daban de ir a la cama y ser puta cómo le decía. Apartó la bata para un lado y le enseñó el coño peludo. Sergio vio brillar su piel morena en la parte superior de sus muslos junto al coño. Sabrina estaba echando por fuera.

-Abre la bata.

Sabrina abrió la bata y dejó que viera todos sus encantos. Era un monumento de mujer. Su cintura estrechita, sus gordas tetas y sus grandes caderas no era algo que se ve todos los días en una mujer delgada. Mirando cómo se pelaba la polla, le dijo:

-Me estoy sintiendo puta y me gusta.

-Quita la bata y date una vuelta.

Sabrina se quitó la bata y la dejó caer al piso. Se dio la vuelta y le enseñó el culo. Ya se lanzó sin paracaídas.

-¿Te gusta mi culo, papito?

-¡Me encanta!

Se dio la vuelta, y le dijo:

-Quiero ser tu puta, papito.

Sergio dejó de menearla, ya que si no lo hace se corre cómo un burro.

-Aprieta las tetas a ver si te sale leche de ellas.

Sabrina le habló con voz acaramelada.

-Claro que me sale, papito.

-Necesito ver para creer.

-Mira.

Sabrina se apretó las tetas y salió de ellas leche en cantidad.

-Ven aquí, Sabrina, ven, cielo. Acércate a la cama para que te vea bien.

Sabrina fue al lado de la cama contoneando las caderas y con sus tetas moviéndose levemente hacia los lados.

-Abre el coño para ver cómo lo tienes.

-Lo tengo mojado, papito.

-A ver.

Sabrina abrió el coño con dos dedos y Sergio vio que lo tenía empapado de jugos blancos.

-Quiero conocer su sabor…

Sabrina le cogió la cabeza, Sergio se incorporó, le lamió el coño media docena de veces, y después le dijo:

-¡Voy follarte hasta dejarte seca!

-Sí, papito, fóllame hasta dejarme sin jugos.

Sabrina ya se moría por tener aquella verga dentro de su coño. Subió a la cama y se echó a su lado. Sergio, le dijo:

-Móntame tú. Siéntete puta.

-Ya no me siento puta, papito, soy una puta.

Sabrina montó a Sergio, se metió la verga dentro del coño empapado y comenzó a follarlo. El hombre estaba cómo loco de contento.

-¡Dame tu leche, Sabrina, dame tu leche!

Sabrina apretó las tetas y le echó chorros de leche en la boca y en la cara.

-Báñame, Sabrina, báñame.

Sabrina, follándolo y bañándolo, se puso perra perdida.

-¡Llámame puta!

Sergio la folló a toda hostia más de una docena de veces, y después le dijo:

-¡Báñame, puta!

Lo bañó y después le dio las tetas a mamar. Sergio magreó sus tetas y bebió leche hasta que Sabrina, moviendo el culo alrededor, le dijo:

-Me voy a venir, papito. No te corras dentro de mí. Me voy a venir, me voy a venir, me voy a venir. ¡Me vengo, papito!

Sabrina se echó sobre Sergio. Sus tetas se apretaron con su pecho y se lo empaparon de leche. Su coño apretó su verga y se la bañó con sus jugos. Sergio a duras penas se pudo contener, mas esperó a que acabara para sacarla y correrse fuera.

Sabrina, cuando Sergio acabó de descargar, le dio un pico y le dijo:

-Tenía muchas ganas.

-Los dos teníamos ganas.

-¿Puedes seguir?

Sergio le dio la vuelta. La puso debajo, la besó con lengua, y después le preguntó:

-¿Mi hijo ya te folló el culo, Sabrina?

Le puso una mano en el pecho, lo empujó, sonrió y le dijo:

-¡Cochino!

-¿Eso quiere decir que no?

Se puso seria.

-No, aún no me enculó, papito.

-¿Quieres que te lo folle yo?

Se hizo la interesante.

-¿Qué me das a cambio?

-¿Qué quieres?

-Que me comas el coño, pero bien comido.

-¿Cuántas veces quieres correrte en mi boca?

Se extrañó de la pregunta.

-¡¿Comiéndome el coño?!

-Sí.

-Nunca me corrí así, papito, Julio nunca llegó hasta el final.

-Pues ya va siendo hora de que te corras tres o cuatro veces.

Le puso dos cojines debajo del culo y después metió la cabeza entre sus piernas. Sabrina flexionó las rodillas y estiró los brazos a lo largo de su cuerpo. Sergio jugó con la punta de la lengua en el ojete, lamiéndolo, follándolo... Al rato salían leche de sus tetas que bajaban por su cuerpo y caían en la cama y jugos blancos y espesos que mojaban su ojete y que Sergio se tragaba. Dejó de lamerle el ojete, le metió el dedo corazón dentro y le folló el culo con él mientras le lamía el coño de abajo a arriba. Sabrina comenzó a gemir, sus manos se posaron en la cabeza de Sergio y apretaron su lengua contra el coño. Sabrina movió la pelvis de abajo a arriba cada vez más aprisa, hasta que dijo:

-¡Me vengo!

Moviendo el culo alrededor y deshaciéndose en gemidos se corrió en la boca de Sergio.

Cuando el placer se fue le quitó el dedo del culo, lo olió y después lo chupó. Sabrina, sonriendo, le dijo:

-¡Qué cerdo eres, papito!

El cerdo le lamió el coño y después comenzó a lamer el clítoris de todos los modos posibles, hacia arriba, hacia los lados, alrededor... Lamiendo juntó tres dedos, los mojó con la leche que salía de sus tetas y fue haciendo hueco con ellos hasta que entraron los tres en el culo, luego moviéndolos alrededor y chupándole el glande del clítoris, tuvo su segundo orgasmo.

-¡Me vas a matar de placer, papito!

Corriéndose lamió su coño y bebió de él. Luego le sacó los dedos del culo. Iba a olerlos, Sabrina le cogió la mano, llevó los dedos a su nariz, los olió y después los chupó. Sergio, le dijo:

-Todo lo malo se pega.

-Lo malo, no, las cosas ricas, papito.

Sergio volvió a comérselo todo. Tetas, de las que se hartó otra vez de beber leche dulce cómo la miel. Coño, lamiendo labios, follándole la vagina con la lengua. Culo, lamiendo y follando el ojete... Luego le metió dos dedos en el coño y se lo folló con ellos. Al tenerla bien perra le hizo el remolino sobre el glande del clítoris, y Sabrina, exclamó:

-¡¡Me muero, papito, me muero!!

Después de la tremenda corrida y de recuperarse, le dijo:

-Te voy a recompensar, papito.

Se subió encima de él, cogió la verga empalmada, la frotó en el coño, la clavó hasta el fondo diez o doce veces, después la quitó pringada de jugos, la puso en la entrada del ojete, empujó con el culo. Metió el glande y dijo:

-¡¡¡Oooy, oooy, oooy!!! -la quitó- Duele.

Sergio la puso a cuatro patas. Le lamió el culo y se le folló el ojete con la punta de la lengua hasta que Sabrina, entre gemidos, le dijo:

-Métemela en el culo, papito.

Se la metió en el coño para engrasarla, después, despacito, le volvió a meter el glande en el culo. Sabrina cerró los ojos con fuerza, apretó los dientes y farfulló:

-¡Carajooo!

Sergio le metió el glande y le folló el culo solo con él... Follándoselo despacito, muy despacito, le dijo:

-Acabará por gustarte.

Sabrina no lo creyó, era mucha verga para un culo tan estrecho. Algo más tarde ya no pensaba igual.

-¡Más, méteme más verga, papito!

Poco a poco se la metió hasta que los huevos chocaron con su coño. Sergio con las manos acariciaba sus nalgas. De cuando en vez sacaba el glande, dejaba caer saliva sobre él y se la volvía a meter. Sabrina ya iba sin frenos.

-¡Ay que rico, papito, ay qué ricooo!

Poco más tarde, le decía:

-¡Mas rápido, papito, más rápido y más fuerte.

Le dio como quería. Sabrina ya era yegua desbocada.

-¡Azota mi culo!

Clavándola le dio con las palmas de las manos.

-¡Dame más, papito, dame más y más fuerte!

Le dio tan fuerte que le dolieron a él las manos.

Sabrina se iba sin remedio.

-¡Me voy a venir, papito, me voy a venir! ¡¡Me vengo, papito!!

Con todo su cuerpo temblando una cosa mala y jadeando cómo una perra se corrió cómo un río, y Sergio, Sergio le llenó el culo de leche.

Al acabar, echada lado de Sergio y jugando con un dedo en su cabello, le dijo:

-¿Echamos otro más y mañana fingimos que no nos conocemos, papá?

-¿Quieres que acabe todo después de echar otro polvo?

-Sí, papá.

Sergio, alicaído, le dijo:

-Lo bueno dura muy poco. ¿A qué si?

-No me entendiste, papá.

Sergio estaba hecho un lío.

-¿Qué tengo que entender? Has dicho que quieres que finja y fingir que no nos conocemos.

-Exacto, así cuando quieras hacerlo de nuevo tendrás que volver a seducirme.

Quique.

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